Desde los iberos hasta hoy
En el kalathos de la danza, descubierto durante la excavación (1933-1953) de las ruinas en la actual ciudad de Llíria, denominada Edeta en el siglo V a.C., encontramos el que puede ser el primer vestigio de la relación permanente de la ciudad con la música.
Edeta fue la capital de la Edetania, desde donde se ejercía el control político y económico de uno de los territorios en que se dividían los íberos. Las guerras púnicas borraron la presencia de los íberos para dar paso a la época de la Edeta romana, la musulmana o la de la reconquista hasta llegar a nuestros tiempos.
Llíria ha celebrado recientemente el bicentenario de una de sus dos sociedades musicales. La Banda Primitiva nació hace 200 años bajo la influencia de un convento franciscano. Poco menos de un siglo más tarde, vio la luz la Unión Musical también bajo el auspicio de otro convento ocupado por monjes trinitarios. Hoy, esa ciudad de alrededor de 24.000 habitantes, presume de dos de las bandas de música civiles más laureadas a nivel internacional, con más de 200 músicos cada una.
Resulta difícil hacer un censo oficial pero se llega a calcular que a día de hoy son 1.500 las personas de Llíria que se dedican profesionalmente a la música. La rivalidad entre las dos sociedades dura más de un siglo, pero seguramente eso les ha ayudado a alcanzar una excelencia reconocida. Más allá de ello, la ciudadanía de Llíria presume de ser la Ciudad de la Música, casi todas y todos son músicos aficionados. No hay casa donde no haya existido un tratado de solfeo o un instrumento con el que intentar reproducir o inventar melodías que acompañaran el quehacer diario de cada familia.
Muchos de aquellos que vivieron los efectos de la guerra civil y de su postguerra cuentan cómo tras una dura jornada de trabajo en el campo, en la construcción o en el taller donde se tejían alpargatas de esparto, habían aprendido a leer notas musicales, casi sin saber leer ni escribir, y eran capaces cada noche de acudir a los ensayos de la banda con clarinetes, trompetas, saxos o percusión. Todos los instrumentos eran cedidos por la banda y los devolvían en caso de abandonarla para que otros los pudieran reutilizar.
Eran la mayoría artesanos en sus oficios, capaces de buscar caña con las que fabricar sus propias boquillas para los instrumentos de madera, y todos, absolutamente todos, se convertían, por un momento de su vida en artistas.
Más tarde llegaría la generación del baby boom español, aquellas personas que en Llíria se convirtieron en herederos de lo que era ya un movimiento imparable. Los que más habían aprendido, enseñaban a los que llegaban nuevos y, así, se tejió una cadena con los cinco hilos del pentagrama y los espacios donde colocar blancas, negras o corcheas en sus vidas. Se convirtieron en músicos de prestigio en las mejores formaciones orquestales o bandísticas de España, profesores de conservatorios de música, directores o compositores. Pero quizá lo más trascendente es que han seguido existiendo músicos aficionados que ensayan en el crepúsculo del día, tras su jornada de estudio o de trabajo.
El mes de octubre del 2019 sonó la sinfonía del reconocimiento. Llíria fue declarada por la Unesco, ciudad creativa de la música. La Unesco creó el 2004 la ‘Red de Ciudades Creativas’ para promover la cooperación entre las ciudades que identifican la creatividad como factor estratégico de desarrollo urbano sostenible. Llíria es una de esas ciudades.
No pensaban aquellos habitantes de la Edeta íbera que aquello que les proporcionaba distracción o acompañamiento hace más de dos milenios, hoy se iba a convertir, en aquel mismo lugar, en un motivo de orgullo para todo un pueblo, un valor referencial a través de los compases cuatro por cuatro, o dos por cuatro, y bajo el mismo sol.
Ni el confinamiento provocado por la Covid-19 consiguió que en Llíria dejara de sonar la música heredada de padres a hijos.
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